Adiós Ruth

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El 20 de enero de 2016 falleció a la edad de 97 años Ruth Von Ellrichshausen, la baronesa que creó la maravillosa cocina del histórico hotel El Casco. Ruth es considerada una de las precursoras de la cocina gourmet junto al Nahuel Huapi y su hotel fue sinónimo de la buena mesa, confort y excelencia en servicios. Su gastronomía y repostería son recordados por centenares de barilochenses y turistas.

Vivió los últimos años en su vivienda aledaña al actualmente remodelado hotel, en un complejo de tres suites que junto a su marido inauguraran en 1989. A manera de homenaje, Visión Gourmet vuelve publicar la entrevista que le realizamos en el verano del 2001, cuando el antiguo hotel estaba abandonado.

Ruth fue una gran cocinera y sus platos lograron fama en varios lugares del mundo. Sus recetas pueden consultarse en sus libros «Mi colección privada», «Secretos culinarios», «Nuevas recetas de El Casco para las cuatro estaciones» o «100 nuevas y exquisitas recetas del hotel El Casco».­

También publicó «El Casco y yo», donde relata los años de esplendor del hotel, anécdotas del personal y sus huéspedes. No obstante, evita detallar el período del ocaso y deja entrever que este habría llegado por los malos manejos de los nuevos dueños que residían en Buenos Aires.­

Nació en Berlín, el 25 de diciembre de 1918 y llegó a la Argentina en 1950. Con su marido, Alfred, planeó, construyó y dirigió el mágico hotel ubicado en el kilómetro 11 de la ruta al Llao Llao, sobre la costa de Nahuel Huapi.

En el hotel podían probarse verdaderos manjares: lechón al horno con repollo colorado y manzanas con grosellas; pavo con ajíes colorados acompañado por arroz rosado con almendras al azafrán y ensalada de lechuga con hierbas. Como entradas se sugerían el paté de ciervo con tomates y mosquetas o bien soufle de camarones y como postres un arrollado de guindas y helado de frambuesas con chocolate.­

La decoración de las mesas también debía estar al tono y armonizar con los colores del menú: mantel de encaje, cristal de Bohemia, porcelana inglesa y candelabros de plata.­ «Para que un lugar funcione bien hay que trabajar mucho, desde la mañana a la noche. No basta saber cocinar, hay que saber comprar, obtener productos de buena calidad y buen precio. Esto es una falencia de muchos cocineros jóvenes, que tienen una sólida preparación, cocinan muy bien pero no saben administrar una cocina», explicó.­

Durante la entrevista recordó que siempre fue muy caro volar desde Bs. As. a Bariloche. «Yo tengo amigos que vienen de Europa y no entienden como el vuelo internacional cuesta 800 dólares y el local 300. Las tarifas aéreas siempre mataron el turismo local», sentenció.­ «Vos podes tener el mejor hotel y un excelente servicio, pero si llegar hasta él te cuesta demasiado, nadie va a venir», explicó.­

El hotel El Casco puede ser considerado un símbolo del turismo de alto poder adquisitivo. Ofrecía privacidad y un servicio personalizado al detalle­. Sus habitaciones y suites fueron decoradas con elegancia, muchas tenían nombre. La suite Haydn, por ejemplo, lucía cortinados en azul con rayas y flores pequeñas, la tela fue traída de Baviera. El acolchado era de chintz azul, el empapelado verde agua, muy tenue y lucía diminutas flores. Una mesa de azulejos holandeses de Delft y dos sillones muy confortables completaban el mobiliario. Las dos alfombras peruanas, con dibujos en azul claro y verde, con algo de rosa, le otorgaban un toque muy especial. La suite tenía vista al lago y sobre su terraza los huéspedes podían tomar sol y desayunar.­

Por su parte en la planta baja se emplazaba la suite Mozart, la preferida de Ruth. Tenía un gran patio para tomar sol y fue decorada muy románticamente: los cortinados eran de chintz verde con rayas y frambuesas color rosado. Tenía un pequeño comedor. En el techo y las alfombras predominaba el color rosado y las paredes fueron empapeladas con rayas color beige claro. Cuando uno se acostaba en la cama veía el lago; daba la impresión de estar en un lugar de ensueños.­

«Vivimos una época tan poco romántica. Cuando las personas están sentadas en la penumbra, no se toman las manos sino que miran fascinadas la pantalla del televisor… Nostálgicos son los recuerdos de mi juventud, cuando se acudía a una cita y el ambiente era discreto, silencioso. La música suave creaba un clima agradable. Las mesas perfectamente puestas con porcelana selecta, el menú refinado… Todo era misterioso y bello. Nos mirábamos profundamente a los ojos por sobre las copas de cristal, burbujeantes de champagne y comíamos con recogimiento, como en una delicada ceremonia. Después bailábamos el uno junto al otro. Si no era amor, era un flirt encantador. Si, los tiempos de antes eran románticos y es una lástima que hayan dejado de serlo», escribió en el epílogo de su libro.­

«En mi juventud no había televisión, no había penicilina. Tampoco lentes de contacto, legumbres congeladas, plásticos o frazadas eléctricas. Ningún hombre había pisado la luna. No se pensaba en corazones artificiales, computadoras o máquinas electrónicas. Para nosotros en aquellos tiempos «time sharing» (tiempo compartido) significaba ‘estar juntos’. Tampoco había grandes condominios. Ni pizza shops, Mc Donalds y «fast food». No se conocía el terrible flagelo del SIDA y todavía éramos tan tontas que creíamos en la necesidad de un esposo para tener hijos», explicó.­

El Casco de Ruth y Alfred floreció en la década del setenta, aguantó los ochenta y tuvo que cerrar a fines del noventa. El inmueble fue rematado por el Banco Central, titular de una hipoteca nunca cancelada.

El hotel El Casco comenzó a construirse en septiembre de 1968. La obra fue dirigida por el ingeniero Ledo Falaschi y los trabajos concluyeron el 11 de noviembre de 1970. La inauguración oficial tuvo lugar a fin de año con un gran asado al mediodía y una cena de gala por la noche. «Fue un día en el paraíso. Hermosas mujeres, hombres elegantísimos, exquisita comida, bebidas deliciosas y buena música. Bailamos hasta el amanecer», recordó Ruth.­

La reapertura del remodelado hotel El Casto tuvo lugar en diciembre de 2006. El 25, como fue tradicional durante muchísimos años, se volvió a festejar el cumpleaños de Ruth en el hotel, con una cena de gala. La baronesa fue agasajada por su nuevo propietario, el empresario Ignacio “Nacho” Gutiérrez Zaldívar, quien le obsequió en forma simbólica una de las llaves del establecimiento.

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