Los hongos son en la cocina un ingrediente sin duda interesantísimo, protagonistas de una fuerte tendencia gourmet capaces no solo de transformar las comidas en un verdadero deleite, si no también aportan un gran valor nutritivo a nuestra dieta.
A pesar de estar compuestos en un 90 por ciento de agua, tienen más vitaminas, minerales y proteínas que la mayoría de los vegetales. En Oriente los usan desde hace más de 2000 años y aunque muchos los llamen “carne vegetal”, los hongos no son ni una cosa ni la otra, sino reyes de su propio reino: el funghi.
Además de tener pocas calorías, poseen antioxidantes y otras sustancias que estimulan el sistema inmunológico, disminuyen el colesterol y reducen la presión arterial.
Al rehidratarlos, mantienen las propiedades organolépticas intactas lo que los convierte en una excelente opción para tener siempre en la alacena. Son prácticos, igual o incluso a veces más sabrosos que los frescos. Rinden tres veces más y sólo es necesario hidratarlos 20 minutos previamente a su uso. El agua tibia funciona, pero salvo que el líquido luego se use en la cocción, el resultado no será el mejor: el agua se queda con mucho de su sabor.
Otra forma es hacerlo es en vino. No obstante habrá que tener en cuenta que esta técnica no se llevará bien con todas las recetas y hasta puede arruinar un plato. En rigor, lo ideal para hidratarlos es el té negro ya que no sólo no le va a aportar acidez ni a sacar sabor, sino todo lo contrario: lo va a potenciar.
A la hora de cocinarlos, hay que hacerlo de forma rápida (entre 3 y 5 minutos) ya que pasado ese tiempo comienzan a perder textura, perfume y sabor.
Recetas hay muchísimas, se pueden disfrutar en brusquetas, rellenos, salsas, con pastas, ensaladas e incluso carnes, aportando un sabor exquisito.